martes, 2 de diciembre de 2008

EXCURSIÓN A ASTURIAS


28 Y 29 DE JUNIO-2008

Este año me ha dado el punto de escribir en prosa y verso
lo que aconteció, y es esto que te explico en un minuto.

Suerte de mi redacción que, después de una excursión
con elogios sea acogida, leída con atención,
publicada en la revista, del club al que pertenezco,
pues aunque no soy bicista gusto en andar entre amigos,
compartiendo chanza y risas y excursiones por España
con el club Cicloturista.

Cuando junio agonizaba, aún sin crisis ni penurias,
lleno el autocar llevaba alaejanos hacia Asturias.
Un pelotón muy escueto, pues tan sólo dos ciclistas
rodaron bajando un puerto para gozar la visita
muy instructiva y bonita a la sidrería El Gaitero.

No hicimos en solitario la visita que relato,
pues coincidió otro autocar que al mismo tiempo llegó,
cargado de religiosas de esta Pucela que amamos,
y juntos en armonía el lugar nos fue mostrado,
aunque una fue un poco brusca no haciendo honor a su hábito
al pretender en la fila colarse para ir comprando,
y dijo con malos modos a otra que estaba pagando
que se pusiera tras ella, que su compra era pesada
y la estaban esperando.

La alaejana dijo tranquila: “la misma prisa llevamos,
también me encuentro cargada y antes que usted he llegado”
y la monja, sin recato, la llamó maleducada.
Juzgue quien lea el relato si fue actitud acertada,
quién de las dos fue educada y quién soberbia o alzada.
Si el hábito no hace al monje, así una monja agobiada,
que compró sidra y licores, abusó de sus honores
demostrando mucha cara.

Continuamos viaje sin dar relevancia al hecho
olvidando el incidente sin importancia ocurrido,
llegando a playa Rodiles, como teníamos previsto,
y, no sin dificultad, el autocar halló un sitio
donde poder aparcar y dejarnos bien tranquilos,
en un bonito lugar, con mesas, bien sombreado,
pa comer y descansar, antes de darse un buen baño.

El sol no quiso brillar con fuerza ni falta hizo,
porque escondido entre nubes, como jugando al pillar,
mostró color invernizo pero no hizo falta más,
pues calentó de lo lindo hasta que al atardecer
amenazó con llover, y el termómetro marcó tal fresco,
que hasta frío hizo.

Tapados con las toallas, esperamos que el reloj
marcara la hora pactada de regresar al confort
del autocar que, con tiento y destreza, el conductor,
maniobrando con soltura, sacó del aparcamiento
llevándonos al hotel que, con nombre “Los Acebos” ,
asentado en Arriondas , cuatro estrellas y muy nuevo
nos esperaba ya listo. Rápido fuimos subiendo
a dejar el equipaje y disfrutar del paisaje, del entorno
y del buen alojamiento.

Tras una ducha y relajo, bajamos al comedor
donde una cena bien rica tomamos con apetito,
y después un paseíto por aquel pueblo asturiano
a orillas del río Sella, famoso por el descenso
que en canoa se realiza algunas veces al año.

Luego un montón de alaejanos llenamos de risa y juerga,
con trinos y gorgojeos, la terraza en la que holgamos,
cuando llegaron las doce rompiendo el aire cantando
a Teodoro que tuviera un muy feliz cumpleaños.

Pasó la noche tranquila para los más mojigatos,
mientras jóvenes y recios dieron ruido sin recato
con ganas de mucha juerga, pasillo arriba y abajo,
poniendo el nervio de punta al que estaba descansando.
Yo aquí no me quejaré, de hecho no me estoy quejando,
pues dormí como un bebé, toda la noche soñando.

Después de desayunar, volvimos al autocar
pa seguir lo programado, con buena temperatura,
con el cielo encapotado. Fuimos primero a Colunga
luego una playa, “La Griega”, de arena fina avistamos.

Unos se fueron al agua; otros, pasando del baño,
fuimos subiendo animosos por un camino escarpado
para ver y tirar fotos, que hay huellas de dinosaurios
que, impresas en varias rocas, llevan millones de años.

Después de tomar sidrina, en un sin par restaurante,
emprendimos el camino a un pueblo llamado Lastres
de empinadas callejuelas, con muy hermoso paisaje
y de difícil acceso a tascas, fondas y bares.

Por ser el camino estrecho no había lugar ni modo
de buscar el acomodo para tan grande cabina,
y en lo alto de un repecho paró y nos bajamos todos,
corriendo como conejos, buscando un bar con inquina,
porque en aquel lindo sitio los bares estaban lejos
y el hambre ya era canina.

No tuvimos más remedio que comer con gran premura
aunque muy ricos manjares, pues teníamos poco tiempo
y el autocar sin remedio permaneció a la otra punta.
Rotos, con la lengua fuera, subimos aquellas cuestas
y empinadas escaleras hasta llegar al vehículo
quemando las calorías, sudando y con agujetas,
acumulando cansancio para dormir buena siesta
y dando gracias muy hondas que el sol nunca estuvo claro,
pues, de haber lucido espléndido, nos habría deshidratado.

El viaje de regreso se hizo antes de lo pactado
para que los futboleros, que lo venían barruntando,
miraran ganar a España, la copa; que sí, ganaron
pero hasta llegar a verlo, aún faltaba mucho rato.

Eran muchos los kilómetros que hasta casa nos quedaban,
un buen sueño, la película, que fue como siempre: mala.
Antes de arribar al pueblo, a Benavente el fiero autobús llegaba,
con los hinchas impacientes que al punto el reloj miraban,
pues por culpa del tacógrafo fue más larga la parada.

Por fin al pueblo llegamos para jalear a España,
que Eurocopa, como dije, la ganó frente a Alemania,
pero el gol que dio victoria no lo vimos en directo,
lo tuvimos que escuchar, camino de la ciudad,
en el radio que el vehículo llevó todo el rato puesto.

Llegamos al fin tranquilos, puntuales, sin novedad
al lugar del que partimos y con prisa despedimos
a compañeros de viaje, cogimos el equipaje
y regresamos a casa con ganas de descansar,
de relatar lo vivido, lo bien que habíamos comido,
el hotel, el mar, las playas, y hasta las cuestas canallas
que en Lastres subimos raudos,
las huellas de dinosaurios y el único gol de España,
jaleado en el autocar, que sirvió para ganar
a la estirada Alemania.