miércoles, 17 de diciembre de 2008

EL ESPÍRITU NAVIDEÑO

22‑12‑97

Ya llegó la Navidad; antaño tan esperada
plena de felicidad, de ilusiones, de añoranzas.
Hoy no veo aquellos niños pletóricos de esperanza
ya no puedo encontrar la ilusión en sus miradas.

Esta no es mi Navidad, mi alegría Navideña,
aquella que antes sentía cuando era niña pequeña.
Las reuniones familiares o aquel pequeño aguinaldo
que de manos de la abuela recibíamos cada año.

Quizá el calor de la lumbre, olor a humo en mi ropa
o manjares exquisitos: higos, cardo… la escarola.
Soñar con los Reyes Magos; eran verdad, pero ahora...
ya no aprecian sus regalos, tienen demasiadas cosas.

Venía el abuelo a mi casa puntual el cinco de Enero
él me llevaba a sus hombros y yo formaba el revuelo.
Habían llegado los Magos cargados de caramelos,
o una muñeca de trapo y un cabás para el colegio.

Pero yo era muy feliz, no necesitaba más.
Hasta que llegó la tele y descubrió la verdad.
No venían los Reyes Magos, ¡lo ponía mi mamá!
y empecé a querer las cosas que no podía comprar.

La Navidad se reduce a gastos, prisas, desvelos,
a timos de vendedores, a tomaduras de pelo,
compitiendo quien más gasta sin ver abuso en los precios,
a no poder subir luego la larga cuesta de Enero.

La gente sigue deseando al vecino mil venturas
parece que ya por fin les anidó la cordura
pero sólo es un teatro, un guiñol sin fantasía
y sigue de compañera la convivencia más fría.

Cada año van quedando más huecos en nuestra mesa.
Unos porque se han marchado, otros que ya no regresan
y ya no hay niños soñando con juguetes y sorpresas
sólo exigen los regalos que la tele les enseña.

Pero yo sigo buscando el espíritu Navideño
aunque sólo lo retengan mis recuerdos y mis sueños.
Y si un día soy abuela, regresará esa ilusión
haré vivir a mis nietos Navidad de luz y amor.