07‑09‑1987
EL
PERCANCE
Todo el mundo
esperaba ya arreglado
que por fin
empezara la corrida
pero falta el
alcalde que no llega
para dar a los
toros la salida.
Y cuando ya por fin
al largo rato
se levantó el
alcalde de la siesta
sonaron los cohetes
anunciando
que era ya el
comienzo de la fiesta.
Y Manolo tocó el
taratatí
y los mozos se
esconden tras los palos
no por miedo, solo
por precaución
que los toros son
un ganao muy malo.
Enfila el morlaco
hacia la fuente,
todos buscan refugio
el más cercano
y el gallito
atrevido se decide
y le toca los
cuernos con la mano.
Le mira el animal
desconfiando
porque no sabe si
tomarlo a risa
mas, lo piensa
mejor y se decide
y le rompe al osado
la camisa.
Risas y griterío en
los tablados
al verle la camisa
hecha girones
pero el bullicio
crece al darse cuenta,
que también le
rompió los pantalones.
Con la mano se tapa
cierta parte
que el boquete ha
quedado al descubierto
y corre a
refugiarse donde pueda
paro falla el
muchacho en el intento.
El bicho que le ve
tan indeciso
se va tras el para
ver si le ayuda
y el mozo que le
dice ¡para, para!
que no quiero a mi
mujer dejarla viuda.
Como el toro no
entiende sus palabras
del primer empellón
lo lanza fuera
y al caer se da
cuenta de otra cosa
que del susto le ha
entrado cagalera.
Se ha quedado
maltrecho y jadeante
y corre hacia su
hogar despavorido
y a su mujer casi
la da un telele
al mirarle llegar
tan roto y descosido.
Se da cuenta de que
algo le ha pasado
le pregunta y no
acierta a responderla
y se planta en
jarrillas la señora
y el marido se
asusta sólo al verla.
Yo me vuelvo a
poner delante el toro
que haga con mi
persona lo que quiera
pues prefiero que
el toro me remate
a que lo haga mi
mujer que es aún más fiera.