viernes, 26 de diciembre de 2008

EL PERCANCE



7‑9‑87

Todo el mundo esperaba ya arreglado
que por fin empezara la corrida
pero falta el alcalde que no llega
para dar a los toros la salida.

Y cuando ya por fin al largo rato
se levantó el alcalde de la siesta
sonaron los “cuetes” anunciando
que era ya el comienzo de la fiesta.

Manolo tocó el taratatí,
los mozos se esconden tras los palos
no por miedo, más bien por precaución
que los toros son un ganao muy malo.

Enfila el morlaco hacia la fuente,
todos buscan refugio el más cercano
el gallito temerario se decide
y le toca los cuernos con la mano.

El toro fiero no entiende sus caricias
del primer empellón lo lanza fuera
y al caer se da cuenta de otra cosa;
que del susto le ha entrado cagalera.

Lo mira el animal desconfiando
porque no sabe si tomarlo a risa
pero lo piensa mejor y se decide
rompiéndole al osado la camisa.

Risas y griterío en los tablados
al verle la camisa hecha jirones
pero el bullicio crece al darse cuenta,
que también le rompió los pantalones.

Con la mano se tapa cierta parte
que el boquete ha quedado al descubierto
y corre a refugiarse donde pueda
paro falla el muchacho en el intento.

El bicho que lo ve tan indeciso
se va tras él para ver si le ayuda
y el mozo que le dice ¡para, para!
¡Que no quiero a mi mujer dejarla viuda!

Ha quedado maltrecho y jadeante
corre hacia su hogar despavorido.
A su mujer casi le da un telele
al mirarlo llegar tan roto y descosido.

Se da cuenta de que algo le ha pasado
ella pregunta y él no acierta a responderla.
Se planta en jarrillas la señora;
el marido se asusta sólo al verla.

Yo me vuelvo a poner delante el toro
que haga con mi persona lo que quiera
pues prefiero que el toro me remate
a que lo haga mi mujer que es aún más fiera.